Santa Fe, 19 de diciembre de 2023.-
En este tiempo, que siempre lo asociamos a los “cierres”, a los balances, con mezcla de cansancio, quiero expresarles a todos y cada uno, en su lugar y en su circunstancia, estas palabras de agradecimiento y de reflexión a partir y en torno a las fechas de la Navidad y el Año Nuevo.
Al “cerrar”, damos vuelta la hoja, pero no dejamos todo en el olvido. El cierre no finiquita ni borrar nada. Al cerrar, estamos definiendo un recorrido en un tramo, pero se inaugura el proceso de registrar y ordenar la memoria, dejar también en el corazón todo aquello que nos ha resultado significativo. No se cierra para negar, sino para “no quedar atrapados” en los episodios, con un sano desprendimiento que evita que nos llenemos de acopios, de pesadumbres.
En el balance, contraponemos pesos. Procuramos alcanzar -fundamentalmente- “medidas justas”, para evitar también que cada extremo en donde se suele colocar lo bueno y lo malo, lo lindo y lo feo, lo triste y lo alegre, nos mantenga en equilibrio. Por eso, cuando “equilibramos”, no le damos más valor a una cosa o a otra, no le quitamos o sumamos a una cosa o a la otra, simplemente se trata de ponerlas en las “justas distancias”, para que no se nos precipiten, para que no nos derribemos por exceso o por defecto.
Cansado está el que ha hecho algo, quien se ha movido, quien se ha esforzado, quien ha resistido. Se trata de la consecuencia de múltiples maneras de moverse, de friccionarse, de ejercer también los talentos para sostener, acompañar, evitar, promover, facilitar, redireccionar las marchas circulares que tenemos en la vida, o bien, aquellas que se disparan a toda velocidad y nos permiten disfrutar de las personas, las relaciones, sus momentos. Pero siempre el cansancio tiene que ser una consecuencia y no una causa permanente para vivir. Es decir, no se puede “vivir cansado”, porque estaríamos creando un estilo de vida que muchas veces es expresión de una excusa para victimizarse.
Los lugares nos sitúan y -de esa forma- nos referencian (nos dan “puntos cardinales”). La conciencia del lugar o de situación, es la que nos permite también juzgarnos con justicia. Muchas veces nos imponemos exigencias en entornos o ambientes que son toda una adversidad por donde lo miremos. Pero en esas adversidades, debemos desplegar la creatividad para fortalecer la mente, el corazón, en un abierto y generoso esfuerzo por poder ponernos en perspectiva, en sitios que nos permitan ver la totalidad, y no solamente lo que tenemos enfrente, evitándonos a nosotros mismos de esa manera ser “panorámicos” y expansivos.
La dimensión etimológica de la “circunstancia” (circumstantia), nos indica aquello que circunda, rodea. La manera de significar esta palabra, nos proyecta hacia los “condicionamientos”, o a aquellas cosas que pueden condicionarnos. Se trata del peso específico de lo que nos “órbita”, pero que debemos saber discernir para no transformar o darles una “entidad vital” (antropomorfizar) que no poseen. Creamos nuestros propios “Frankenstein”, dándole vida a lo que estaba muerto, combinando elementos de “partecitas” desparramadas, para justificar muchas negaciones o demasiadas creencias sobre-estimadoramente falsas de nosotros mismos.
Una vez que “viven”, nos persiguen, nos molestan, nos acechan, y solo son nuestras proyecciones. Habituarse a esa práctica, tiene el peligro de desapegarse de la realidad, aislándonos en nuestros laberintos que solo pretenden “cuidar enfermizamente” nuestro ego.
Dios es un “misterio a medias”. Primero, porque somos su imagen y semejanza (cfr.Gn.1, 26), y de esa forma somos “capaces de Él. Segundo, porque se ha revelado, se ha dado a conocer. Tercero, porque se ha hecho carne, y habitó entre nosotros (cfr.Jn.1, 14) y nos dio a conocer su rostro a través de su Hijo (cfr.Jn.14, 8-9). Cuarto, porque se ha quedado, permanece en cada uno de “los demás”, que de esta forma, son “alguien” y hermanos (cfr.Mt.25, 34-36).
Lo que no podemos comprender, se relaciona con la dificultad de todos sus componentes, o bien, la extensión de todo lo que abarca, y para eso necesitamos “nacer de nuevo” (cfr.Jn.3, 3-5). Tenemos la tendencia a quedar esclavos de las evidencias (Jn.20, 25), y cuando no las encontramos, negamos que las cosas existan porque no las podemos “prender”, atrapar, contener, controlar. A tal punto llegamos, otras veces, que pretendemos “comprar” la gracia de Dios (Hch.8, 9-23).
El misterio refiere a lo existe, pero no podemos ver, no podemos alcanzar, pero deberíamos siempre tener la sospecha. Y es ese “intervalo” entre la sospecha y la certeza, está la fe, que es habilitante, animadora, estimulante, “capacitándonos” a la esperanza.
La gratitud es la palabra central de la Navidad, y también -de algún modo- nos “obliga” a pronunciarla (porque primero la sentimos) frente al fin de año como al año nuevo.
La etimología de la palabra nos refiere a la “gratia” o gracia. Es decir, ese favor que recibimos. Es notable recordar que la gracia no nos prescinde. No se trata de algo que “llega desde arriba” o espontáneamente, se disfruta, y “nada más”. La gracia es la intervención extraordinaria que nos hace reflexionar sobre el modo de ser tenidos en cuenta, y de caer en la cuenta que, no lo podemos todo.
También la gracia es enseñante o “pedagógica” (en el sentido de “acompañante”), porque nos permite ver mejor, recorrer la totalidad de los episodios, de nuestras propias actitudes frente a las situaciones y la prueba, valorar sus implicancias y exigirnos una respuesta. La gracia es por eso argumentativa, no solo ilustrativa. Demuestra aquello que refiere, no solo lo muestra. Se hace indicativa para que enfoquemos la atención, nos corramos de la tentación distractiva de las urgencias o de las espectacularidades.
La gracia es “apologética”, porque nos demuestra, nos da razones acerca del carácter no conclusivo, definitivo y absoluto e irrevocable que otorgamos a aquello que viene a remover, crear, producir, desobstaculizar.
La gracia es “provocativa”, porque nos desafía al actuar consecuente. Es la inquietud “sana”, la que remueve lo que se acantona. No se trata de una pulsión a “saltar al vacío” para provocar a Dios (cfr.Mt.4, 6), sino la incisión del corazón adormecido, acomodado, resguardado y falsamente protegido.
La gracia nos auxilia a “abrirnos” -Efatá- (cfr.Mc., 7, 33-35) entendido como la apertura a la profundización, a la diferencia, a la novedad y sorpresa del Dios escondido en lo distinto, a la significación del detalle, a la comprensión de los mensajes que se descifran en los acontecimientos, el encuentro con determinadas personas, el inicio y hasta el fin de determinadas relaciones.
Por eso, las magnitudes son las dimensiones de lo posible con plena conciencia de nuestra pequeñez, esa que es tan necesaria para que Dios pueda entrar y caber en nuestra vida. Si lo ocupamos todo, nada puede sumársenos, y nosotros estamos “tan llenos” de nosotros mismos, que nos empachamos y no podemos alimentarnos del único pan que sacia para siempre.
Gracias por cada instante compartido, y oportunidad con la que han sabido dispensarme su atención y asistencia.
Que celebren en familia, en la paz de Dios, y sean portadores de paz para otros.-
Nacho.-